Empieza a notarse que los días son más cortos, bajan las temperaturas, comienza la temporada de lluvias (en Glasgow no, en Glasgow es siempre) y, no nos vamos a engañar, deja de apetecernos tanto estar en la calle. ¿No creéis que por eso otoño es la época perfecta para volvernos hacia nosotros mismos?

Lo llevo pensando desde que, en los últimos días de agosto, comencé a sentir ganas de retomar el blog y me volví mucho más reflexiva. No es que las personas como yo dejemos de reflexionar en algún momento del año, pero es cierto que durante la explosión de luz y color que son primavera y verano nos exponemos más hacia fuera y nos olvidamos un poco de lo que llevamos dentro, de las preocupaciones y de las diatribas morales. 

Al fin y al cabo, ¡sale el sol! Merece la pena aprovechar el buen tiempo y salir a la calle, dejando los libros y las libretas para otro ratito. El verano es para vivirlo fuera de nosotros mismos y disfrutar de lo que el sol y las vacaciones nos traen (con protección solar, por supuesto).

Pero ¿cómo es el otoño entonces? Yo diría que más bien todo lo contrario, y ni siquiera por una decisión tomada deliberadamente. No solo terminan las vacaciones para muchos y empieza el curso para otros tantos, quienes innegablemente no tienen voz ni voto en ello y se ven por lo tanto en la necesidad de detener los excesos veraniegos. 

  


  

Creo que es más bien una cuestión de biorritmos. El otoño es la tarde del año, así como el invierno es la noche y el verano el mediodía. 

La falta de luz y los cambios atmosféricos (así como la vuelta a la rutina) a veces producen bajones anímicos, sueño excesivo, cambios en el apetito… Aunque no es algo que deba preocuparnos excesivamente, ya que estos desajustes se van equilibrando con el paso de las semanas. Obviamente es recomendable protegerse más y las personas con depresión o ancianos que viven solos deberían recibir una especial atención en estos momentos, ya que serían los que más podrían sufrir la falta de color y luz del otoño que, por qué negarlo, es bien sabido que nos trae cierto sentimiento de apatía o melancolía.

Pero el otoño es también un momento de comenzar a volverse hacia uno mismo, como decía antes, propiciado especialmente por esta oscuridad o soledad. La melancolía (y mucho menos la soledad) no es mala, siempre que no nos refugiemos en ella como excusa para no enfrentar el mundo real. Este es un gran momento para disfrutar de paseos en parques y maravillarse con lo bonita que es la naturaleza en cualquier estación, y es también el momento de empezar a prepararse mentalmente para el invierno. 

 



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No digo que tengamos que empezar a preparar los propósitos de Año Nuevo en septiembre, pero tampoco es mala idea. Luego en invierno llega la Navidad y en esos días de movimiento y celebración pretendemos plantearnos un nuevo estilo de vida, ¿y cómo vamos a hacerlo? Posiblemente sea mejor meditarlo con tiempo, empezando a darle vueltas en octubre.

¿Qué quiero hacer con mi vida?

¿Quién quiero llegar a ser?

¿Cómo quiero verme?

¿Qué me gustaría conseguir el año que viene?

¿Cómo puedo hacerlo?

 

¡No es ninguna tontería! Si de verdad quieres vivir un cambio el año que viene, tienes que planteártelo con tiempo. Y creo que el otoño es el momento ideal para reflexionar sobre algo tan importante, para que cuando llegue enero tengamos claro lo que de verdad queremos y lo que no queremos en nuestra vida.

Mi briconsejo de hoy: el otoño es la estación perfecta para soltarse de los lastres, como los árboles hacen con las hojas. Limpiezas del hogar en las que se tiran miles de trastos inútiles, relaciones que ya no funcionan, un trabajo que no es lo que esperábamos, ese proyecto que sabemos que no va a salir adelante… Y por supuesto, recuerda que tienes que protegerte tanto del frío físico como del frío emocional 😉 

Un abrazo,

Sof